Cuando leí la carta Misericordia et misera del Papa Francisco en que nos propone sumar esta celebración de los pobres al ya pesado calendario eclesial, me causó cierto agobio. Pensé que era redundar, pues de algún modo los pobres siempre están presentes en la acción y meditación de la Iglesia.
Cuando una comisión de hermanos sacerdotes comenzaron a hablarnos del tema y a ayudarnos a los párrocos a pensar en esta Jornada con seriedad pude ir descubriendo lo novedoso de esta propuesta, pues se trata de un asunto completamente experiencial que toca de modo especial el corazón de los cristianos.
Los pobres, primeros destinatarios del Evangelio están también muy dentro de la conciencia de los hermanos en la fe.
Esta Jornada quiere ponernos a pensar en los pobres, pero no como el objetivo de nuestra superficial compasión, sino como los hermanos de la propia familia que exigen primeramente ser reconocidos como tales. La primer exigencia de esta Jornada es acercarnos a ellos. Animarlos a acercarse a nosotros. «Perdernos el asco» para poder mirarnos como hermanos. Si tendemos un puente entre nosotros podremos mutuamente descubrirnos y valorarnos. Teresa de Calcuta decía que la necesidad de los pobres es que fuéramos ‘pobres con ellos’. No es, sin más, donarles de lo nuestro, muchas veces lo que nos sobra, sino mostrarles el lugar que tienen en la familia humana y en la Iglesia.
Los hombres y mujeres de hoy, especialmente los jóvenes y niños, necesitamos de un encuentro cercano con los pobres para descubrir la fuerza humanizadora que en su situación comparten. La fraternidad, la solidaridad y la caridad de los pobres necesitan ser reproducidas por los que tenemos las otras pobrezas no materiales y por supuesto, hemos de aprender algo sobre el uso de los bienes materiales que, como enseña la Populorum Progressio, nunca deben ser sobreexplotados por un cristiano que frente a él tiene a un hermano que carece de lo necesario para vivir.
Bienvenida la Primera Jornada Mundial de los Pobres. Gracias a los fieles de mi Parroquia de san Judas Tadeo por su solidaridad generosa con los hermanos damnificados por los sismos del pasado mes de septiembre. Dios les pague, por que «cuando lo hiciste con uno de estos más pequeños, conmigo lo hiciste» dice el Señor (Mt 25). Todos somos mendigos de lo esencial, del amor de Dios.